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“Lo siento, amigos, aquí no los podemos atender. Son normas de la casa, ya saben”. Estas palabras salieron de los labios de un camarero de aspecto malhumorado de un pub de Liverpool el 7 de Abril de 1967.Tras lanzar la advertencia, se giró y fue a atender a otro cliente. El vistazo inicial había sido tan rápido que los dos hombres que habían entrado en el bar no tenían la más mínima idea del por qué no se les permitía tomar una copa. La situación era extraña porque se trataba del típico pub inglés que servía a todo el mundo: niños, hombres demasiado borrachos para tenerse en pie, o reclusos fugados con grilletes, sólo que tendieran con la mano un billete de una libra. Uno de los hombres a los que se negó servir ese camarero era Noel Redding, de veintiún años, bajista de la “Jimi Hendrix Experience”. Noel era natural de Folkestone, una ciudad del sureste de Inglaterra, y llevaba una vida entera en los pubs y entre taberneros irritables. Jamás se habían negado a servirle una copa, salvo cuando era hora de cierre.

Pero éste no era el caso, y Redding no podía ni imaginar qué le pasaba al camarero para responder de aquella manera. “Incluso llegué a pensar, recordaba Noel años después, que ese tipo detestaba nuestro sencillo “Hey Joe””. Tanto Noel como su compañero, Jimi Hendrix, llevaban fulares morados en el cuello, y lucían unas enormes aureolas translúcidas de pelo rizadísimo. Noel vestía unos relucientes pantalones de campana de color violeta, mientras que los ajustados pantalones de Jimi eran de terciopelo rojo. Además Jimi llevaba una camisa pirata con chorreras ahuecadas en el pecho, y encima de la chaqueta, una capa negra. Los únicos que vestían así eran los actores teatrales del siglo XVIII, o las estrellas del rock. Con todo, tanto Noel como Jimi habían entrado en centenares de pubs diferentes, con un aspecto aún más raro, y jamás se habían negado a servirles. En Londres,normalmente era al contrario: tras reconocerlos, se les trataba como a la realeza, como merecedores de adoración.

Sin lugar a dudas, Inglaterra se había enamorado de Jimi, que por entonces tenía veinticuatro años. En el medio año que llevaba residiendo en Gran Bretaña, Jimi había sido el invitado de honor en incontables pubs, e incluso en una ocasión el bienamado Paul McCartney le había pagado una pinta. Jimi veía cómo músicos legendarios a los que idolatraba desde hacía tiempo como Eric Clapton, Pete Townshend y Brian Jones, de los Rolling Stones, lo habían recibido en sus círculos íntimos como un igual y un amigo. La prensa proclamaba a Jimi como uno de los astros en alza del rock, y lo definía como el “Salvaje de Borneo” y “El Elvis negro”. El tomar una copa entre pases, tal como intentaban Noel y él, no era un gran problema, salvo que las numerosas fans de Jimi lo acosaran. Para esquivar a esas fans acérrimas, la mayoría de las cuales encontraban a Jimi sexualmente irresistible, Noely Jimi habían elegido aquel pub aislado para una copa rápida antes del siguiente pase.

Estaban en Liverpool, cuyos residentes, por supuesto, eran seguidores de sus paisanos los Beatles, pero que a un astro en alza no se le sirviera una copa era inconcebible en cualquier lugar de Inglaterra. “Era el típico pub inglés, describía Noel, lleno de estibadores, tenderos y gente así”. Lo primero que pensó Jimi, según lo que le comentó más tarde a Noel, era que le discriminaban por el colorde la piel. Como afroamericano que había vivido en las zonas del sur de Estados Unidos, Jimi ya sabía lo que era que le negaran una copa por motivos racistas. Una vez en Nashville, Tennessee, habían disparado contra las ventanas de su casa por el simple hecho de ser negro. Jimi había pasado tres años insoportables actuando en el llamado “Circuito Chitlin”: un itinerario de garitos, fábricas de hielo y bares, donde se tocaba rhythm and blues, casi siempre ante un público afroamericano.Sólo para llegar a los lugares de actuación, los músicos negros debían planificar cuidadosamente por anticipado necesidades tales como obtener comida y usar un retrete, simples servicios que en ciertas zonas de la Norteamérica blanca se negaban a los negros.

El legendario soulman Solomon Burke participaba con Jimi en una gira con autocar por el “Circuito Chitlin” y recordaba el incidente que se produjo cuando el grupo paró en un pueblo con un solo restaurante.Con la certeza de que el establecimiento no querría servir aafroamericanos, se dispuso que un bajista blanco que iba con ellos fuera a comprar “comida para llevar” para el resto de los músicos.Cuando el músico blanco estaba a unos pocos metros del autocar, y viendo que las cajas de comida estaban a punto de caer al suelo, Jimi salió corriendo para ayudarlo. “Los tipos blancos propietarios del local vieron para quién era realmente la comida. Él y Hendrix vieron horrorizados cómo los blancos salían de detrás del mostrador armados con hachas. Cogieron toda la comida y la lanzaron al suelo. No ofrecimos resistencia porque sabíamos que querían y podían matarnos, y que seguramente el sheriff se hubiera puesto de su lado”, recordaba Burke. En Inglaterra, Jimi no había acusado tanto la discriminación racial porque vio que la clase y el acento eran los barómetros sociales británicos que regían.

En cambio, en Estados Unidos su etnia había sido un obstáculo para su carrera, especialmente a la hora de pasar por encima de los géneros musicales y tocar fuera de los márgenes establecidos para el rock y el rhythm and blues. En Inglaterra, sin embargo, el color y el acento americano de Jimi constituían una especie de excentricidad. Como yanqui y afroamericano a la vez, él era un intruso extraño, aunque se le reverenciara por dicho estatus. “Fue el primer negro americano que conocí, recordaba Noel Redding, y sólo por eso ya era interesante”. El cantante Sting, que de adolescente asistió a una actuación de la gira de 1967 de la “Jimi Hendrix Experience”, escribió más tarde “que era laprimera vez que veía actuar a un músico de color”. Lo segundo que le vino a la cabeza a Jimi aquel día en el pub de Liverpool, fue preguntarse que quizá era su chaqueta. Lucía una antigua chaqueta militar, reliquia de los días de esplendor del Imperio Británico.

Había comprado el capote en un rastro londinense y era de estilo muy recargado: sesenta y tres botones dorados para abrocharlo, en las mangas y en el centro destacaban unos complicados bordados dorados y se remataba con un cuello que cualquiera que lo hubiera lucido habría pasado casi por un dandi. “Esa chaqueta ya le había causado problemas antes, recordaba Kathy Etchingham, una de las novias de Jimi por aquel entonces. Los viejos pensionistas veían aquel negro de aspecto salvaje paseando por la calle con la chaqueta y ellos sabían perfectamente que no había podido estar en los húsares”. Los veteranos de guerra ingleses de una cierta edad, no se reprimían a la hora de manifestar su rechazo a que Jimi luciera aquella prenda, ya que no sabían que se trataba de un astro del rock. Sin embargo, cualquier conflicto causado por la chaqueta normalmente se resolvía de manera rápida, cuando el siempre cortés Jimi se disculpaba y manifestaba que era un licenciado reciente de la División Aerotransportada 101 del ejército estadounidense.

Esto bastaba para que los ancianos se callaran y le palmearan la espalda a Jimi en señal de gratitud. En 1967, la mayoría de británicos recordaban que el día “D”, la legendaria 101 se había lanzado en paracaídas en Normandía, con la intrepidez de los auténticos héroes. Hendrix tenía un aspecto heróico con la chaqueta. Aunque medía un metro setenta y ocho centímetros, la gente solía pensar que pasaba con creces de metro ochenta porque el gigantesco peinado afro le hacía parecer más alto. El cuerpo delgado y de anchas espaldas con forma casi de triángulo invertido, favorecía dicha ilusión. Jimi tenía caderas estrechas y una cintura pequeña aunque unos hombros y unos largos brazos. Los dedos eran de una longitud y sinuosidad extraordinarias y,como el resto de su cuerpo, eran de un espléndido color de caramelo.

Los compañeros del grupo le llamaban en broma “El Murciélago”, porque Jimi prefería cerrar las ventanas y dormir de día, aunque el apodo también le venía por el hecho de vestirse a menudo con una capa,cosa que favorecía su aspecto de superhéroe. “Cuando paseábamos por la calle, en Londres, recordaba Kathy Etchingham, a veces la gente se paraba y se quedaba mirándolo como si fuera una aparición”. Jimi se convirtió inmediatamente en el preferido de los periodistas británicos, pero los fotógrafos lo adoraban de forma especial, porque poseía la habilidad que tienen los modelos de quedar extraordinariamente bien desde cualquier ángulo, a lo que se añadía una dulzura expresiva que hacía que cada fotografía suya contara una historia. Incluso en un medio tan frío como la fotografía periodística, Jimi rezumaba una sexualidad que parecía peligrosa y exótica. Esa belleza rutilante no significó nada a los acerados ojos del tabernero de Liverpool, y a Jimi no le valió para que le sirvieran una pinta, a pesar de las repetidas y educadas peticiones, y de los diversos billetes puestos en la barra.

Tal vez a Jimi le pasó por la cabeza informar al viejo de su floreciente fama, pero se le acababa la paciencia. Aunque se le tenía por silencioso y bien educado, Jimi también podía tener muy mal genio,y estallaba de vez en cuando, especialmente bajo los efectos del alcohol, y entonces la situación era de sálvese quien pueda. En aquel pub aún no había tomado ni una copa, lo que disminuía las posibilidades de que Jimi acabara lanzando al suelo a aquel viejo. Al final, con unleve tartamudeo, una tendencia superada de la infancia en la que recaía con los nervios, Jimi se enfrentó al camarero: “¿Es… es porque soy negro?”, dijo airadamente. El tabernero proporcionó una respuesta rápida y concluyente: “¡No ,por el amor de Dios! ¿Es que no habéis leído el letrero de la puerta?”. Y sin más, el viejo recogió su trapo y se fue exasperado al otro extremo del bar. Una vez descartada la posibilidad del prejuicio racial, a Jimi y a Noel les embargó un aire de humor y alivio.

Se miraron el uno al otro sonriendo como chiquillos que hubieran hecho algo malo a la espera de ser descubiertos. “Nos pusimos a reír, recordaba Noel. No teníamos ni idea de lo que habíamos hecho”. Noel bromeó con Jimi diciendo que a lo mejor en Liverpool tenías que ser miembro de “Los Treegulls”, el apodo que Noel daba a los Beatles, para que te sirvieran una copa. Noel salió a la calle para ver qué había en la puerta, y vio dos carteles clavados con chinchetas. Arriba había un gran cartel de un circo que estaba al final de la calle y debajo había un letrero manuscrito que explicaba el motivo por el cual se los excluía del pub. Cuando Noel vio el segundo cartel le dio tal ataque de risa que acabó cayéndose al suelo. Era una de esas anécdotas para recordarla años y años, pensó Noel. Una de ésas con la que bromearían durante meses en el autocar del grupo

Cuando entró de nuevo al pub para poner a Jimi al corriente, Noel vio que el camarero y Jimi se gritaban mutuamente. “¡Ya os lo he dicho,no voy a serviros!, insistía el barman. Aquí tenemos unas normas”. Noel se apresuró a intervenir pero el tabernero estaba ya acalorado y seguía con su reprimenda: “El letrero de la entrada está muy claro y si dejamos entrar a uno solo de vosotros, todo el maldito establecimiento se llenaría de tipos iguales, y ésa no es manera de llevar un pub,desde luego que no. Que haya un circo aquí ya es lo suficientemente malo para el negocio. Y el letrero lo dice bien claro: “¡Prohibida la entrada a payasos!”. Noel recordaba que Jimi tardó un rato en darse cuenta de lo que querían decir esas palabras. Incluso después de que Noel le susurrara la explicación al oído: “Hay un circo al final de lacalle y el tipo éste no quiere payasos en el pub. Piensa que somos payasos”, Jimi aún parecía perplejo, casi aturdido.

Poco a poco Jimi entendió la broma poco menos que cósmica y en su cara estalló una amplia sonrisa. No se le echaba del pub porque fuera negro, ni porque luciera una chaqueta militar, ni por ser demasiado escandaloso, ni por vestir como un pirata, ni por no ser un Beatle en Liverpool, aunque en cierta forma era por todo eso y mucho más. Esa primavera, Jimi era el astro en solitario de rock más interesante de toda Gran Bretaña. Faltaban sólo dos meses para que luciera la misma chaqueta militar en su actuación del “Monterrey Pop Festival”, que lo consagraría en Norteamérica. Después de ese concierto Jimi sería el astro más importante del mundo.

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